Cuento de Pablo Ortúzar



Mientras no llueva, no paro



Mi señora me echó de la casa, ya me tenía en la última pieza. No importa, estaba aburrido de sus quejas.

Así fue como armé la mochila con la ropa, y las cosas personales de aseo. Mi ilusión es ir a norte minero de Chile, y recordar como caminante al abuelo y a mi taita.
Tengo una pequeña pensión; como soy un vagabundo sin vicios, me alcanzará para mantenerme.

Me dirijo en bus con destino a Calama, recordando viejos tiempos de la minería, y en mi caso particular, como alumno en práctica en el departamento de estudio de la Mina Chuquicamata, el año 1974.

Pero mi afán es vagar, es decir, caminar y caminar conociendo las realidades de cada lugar. En otras palabras, saber dónde estoy sin importar para qué lugar me dirijo. Y a veces, ni saber dónde estoy.

De la mina Chuquicamata me encamino a Ollagüe, límite con Bolivia. Conozco en mi andar a unos pirquineros que castigan la piedra madre con fierros, combos y otros implementos. Me quedo con ellos contando historias y durmiendo a la intemperie. Los pirquineros son buenas personas, les convido parte de mi comida. Ellos están muy agradecidos.

Me llamo José Manuel Pereira, soy de familia con linaje y pobre como una rata. Estoy bien de salud, solo me falla un poco la vista, pero no me afecta en casi nada; bueno, a mis 68 años no le puedo pedir mucho a la vida.

Los pirquineros me recomendaron caminar siguiendo la huella de la carretera, ojalá las pavimentadas, para no perderme. Así lo hago desde ahora, camino normalmente por unos peldaños de madera que van paralelos al camino principal, divisando en el horizonte largos fierros de acero, que brillan y flotan por el espejismo encantado del desierto.

Me encanta esta geografía, gozar de los colores y formas de sus cerros, los extensos e infinitos arenales. Los pocos vehículos que circulan solos y abandonados entre los valles y montañas.

Ahora, caminando, veo los aceros resplandecientes de los rieles de trenes de carga, los espejismos de lagos y ríos en medio de las dunas; diviso entre aires flotantes las carreteras de hormigón, y las fonolas de las pocas casitas de los lugareños.

Algunas veces, mientras camino, siento que tiembla el piso, veo reflejos de rayos y ruidos de truenos. Bueno, en verano son muy conocidas las lluvias torrenciales del altiplano. Pero mientras no llueva, no paro, normalmente me gana el cansancio, antes que la lluvia.

Sigo mi camino, me encuentro con otros pirquineros, estos van con sus capachos, llenos de minerales y me pongo a caminar con ellos. Se sienten nuevamente los temblores, rayos y truenos y todavía no llueve. Me despido de mis amigos mineros y armo mi carpa y saco de dormir, miro las estrellas, está despejado a pesar de los rayos y relámpagos que escuché hace poco. El ruido es extraño, se acerca y aleja, como llevado por el viento.

Hoy día está transparente y no hace mucho calor, especial para caminar y avanzar varios kilómetros.  Me paro a comer, y descanso en alguno de los recovecos del camino. Sé donde estoy y me da lo mismo mi destino final.

Ya oscurece y vuelven los temblores, ruidos y un reflejo como si fuera un foco manejado por un gigante. Mientras no llueva, no paro.

Estoy agotado al extremo, la tormenta de viento cubre mis sentidos.

El ruido se hace intenso y vibra mi camino de escalas de madera, sigo firme y no paro hasta que llueva. El reflejo se agranda y se acerca veloz sobre mí, lo tengo encima, ya no siento nada.



Pablo Santiago Ortúzar Prado

-Ingeniero Comercial / -Consultor Área Comercial
Publicaciones científicas: “Fundamentos para Métodos Cuantitativos”
-Revista de Auto: “Autos & Autos”

Ha participado en los talleres de cuento de Marcelo Simonetti y Alejandra Basualto.

Fue finalista en el Concurso de Cuentos Cortos de Valparaíso, con el cuento "Cerros".


“A pesar de estudiar en el área científica, siempre estuve motivado por escribir “cualquier cosa”, así que, como consultor, mis enseñanzas siempre fueron acompañadas por historias o hechos reales, para darle fuerza al proceso educativo”.

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