Cuento de Emilio Contreras




La enana

Habían llegado a San Antonio hacía poco, tal vez rezagados de algún circo, pero a nadie le importaba. El hecho es que la pareja de enanos se instaló a presentar su show en el arrabal pecaminoso del puerto, justo al comienzo de la estrecha calle, puerta de entrada a los burdeles.

En su espectáculo, la enana con falda colorida y blusa de organdí, bailaba cimbreándose al compás del tamboril del enano y cantando con voz gangosa una cantinela repetida mil veces:

Olé Olé Olé Oléeee
La gitana se fue
Se fue para Quilpué

A pesar de que por este callejón circulaban al anochecer procesiones de marineros y prostitutas, parecía que a nadie le interesaba presenciar el número de los enanos. Mientras pasaban, la enana observaba a las mujeres con cierta envidia; algunas iban casi desnudas, y otras, con vestidos llamativos, sonriendo felices. Estaba convencida de que esa ocupación les aseguraba poderío y bienestar y secretamente, admitía que si hubiese sido alta y bella no habría tenido escrúpulos para dedicarse a esa profesión.

Esa noche, el cien por ciento de las prostitutas estaba ocupado, hasta había fila de espera; parecía que las tripulaciones completas de los barcos anclados en los molos del puerto habían convenido en acudir al emporio del sexo.

¾Hora de comer ¾dijo el enano, mientras reunía las escasas monedas de la jornada¾; voy a comprar pescado y papas fritas. Tú, quédate aquí, porque en La Fritanga son muy demorosos. Si llega a parar público, enciende el acompañamiento musical y actúa sola.

Después de tantas horas en la calle, la enana sintió deseos de orinar; resistió cuánto pudo, pero al final debió golpear en el burdel más próximo, “La rosa del puerto”. Al entrar, casi fue atropellada por doña Lucrecia, la regenta del prostíbulo, que se paseaba hecha un atado de nervios, porque no llegaban los “refuerzos” contratados para suplir la demanda. En el salón, los clientes semejaban una jauría hambrienta que arriesgaba perder el control en cualquier momento, desatando peleas con los consiguientes destrozos. Desesperada, examinó a la enana, arrugó el ceño y la nariz, y la empujó al toilette.

¾¡Péinenla y maquíllenla un poco! ¾gritó¾, y ¡déjenla en la pieza nueve! ¾Le pusieron una camisola rosada y la metieron en la cama.

Al minuto, apareció un fornido marinero panameño, ebrio, quitándose la ropa desde la puerta; la miró con atención y exclamó:

          ¾¡Me gusta mujer blanquita! ¿Cree que tú aguanta?, asunto de negro es grueso. ¾Ante la mudez de la mujer, la observó otra vez con benevolencia ¡Creo que aguanta! ¾y se metió bajo las sábanas.

¾Gasté toda la plata, alcanzó justito ¾dijo el enano al volver con la comida.

¾No importa, en tu ausencia gané veinte dólares ¾respondió la enana con un gesto de suficiencia.

¾¡Veinte dólares! ¿Paró mucha gente a ver el show? ¾preguntó el enano.

¾Sólo una persona; tuve que esforzarme un poco, pero la función le gustó tanto que me pidió repetición.

Emilio Segundo Contreras Guzmán, San Antonio, 16 de agosto de 1934.
Químico Industrial, Magister en Ciencias de Alimentos, Universidad de California, sede Davis, USA.
PhD en Bioquímica de Alimentos, UNICAMP, Campinas, S.P. Brasil.
Incursiona en la narrativa desde 2015. Ha participado en el Taller La Trastienda desde 2016.
Participó en la antología de cuentos “Reflejos”, 2017.
Hasta la fecha tiene alrededor de 30 cuentos en espera de publicación.

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