Cuento de Ronnie Ramírez
Octavo piso, Av. Bulnes 123 El tiempo estaba nublado, pero hacía un poco de calor. Miró sus plantas del jardín y decidió regarlas. Con la manguera y en unos diez minutos bien reposados podía regar todas. Siempre, esto le producía mucho placer, sobre todo en la tarde cuando reinaba la mayor tranquilidad, se echaba en su hamaca y tenía una vista espléndida de la cordillera. No recordaba bien las circunstancias como poco a poco, se fue instalando, quedándose y haciendo de este cuadrilátero de cemento, esas pocas piezas, su casa, sin embargo, era suficiente para él, viudo, jubilado con hijos que venían a verlo cada vez menos, agobiados por sus familias y sus trabajos. Con su pensión de administrativo, empleado público, vivía sin grandes sobresaltos. No vamos a decir que llevaba la gran vida, pero como siempre había sido ahorrativo, frugal, casi espartano en sus costumbres, su modesta pensión le alcanzaba perfectamente. Además, su gran pasión la constituía esa huerta enan