Cuento de Ronnie Ramírez




Octavo piso, Av. Bulnes 123


El tiempo estaba nublado, pero hacía un poco de calor. Miró sus plantas del jardín y decidió regarlas. Con la manguera y en unos diez minutos bien reposados podía regar todas. Siempre, esto le producía mucho placer, sobre todo en la tarde cuando reinaba la mayor tranquilidad, se echaba en su hamaca y tenía una vista espléndida de la cordillera.

No recordaba bien las circunstancias como poco a poco, se fue instalando, quedándose y haciendo de este cuadrilátero de cemento, esas pocas piezas, su casa, sin embargo, era suficiente para él, viudo, jubilado con hijos que venían a verlo cada vez menos, agobiados por sus familias y sus trabajos. Con su pensión de administrativo, empleado público, vivía sin grandes sobresaltos. No vamos a decir que llevaba la gran vida, pero como siempre había sido ahorrativo, frugal, casi espartano en sus costumbres, su modesta pensión le alcanzaba perfectamente. Además, su gran pasión la constituía esa huerta enana que mantenía en el patio trasero, en macetas. Con esa poca tierra hacía maravillas, lograba cosechar tomates, ajíes, albahaca, lechugas y hasta zapallo tenía, enredándose este último en el parrón que protegía su hamaca del sol y las inclemencias del tiempo.

Por eso sus compras eran mínimas, aún así, los últimos meses la cosa se había puesto difícil. La mercadería y los alimentos escaseaban, conseguir leche, aceite, hasta pan no era fácil. El negocio de la calle Alonso Ovalle aun lo proveía de lo esencial, pero el patrón, viejo conocido, le había advertido que tendría que ir a otra parte, cada día tenía menos que vender. Viejo pillo, pensó el hombre, sabía que el interior estaba abarrotado de mercancías que sacaba con cuentagotas y frente a su negocio todas las mañanas, crecía una fila interminable. La gente se disputaba cada vez más, en la cola, en la micro incluso se iban a las manos, unos y otros gritándose en cada vereda o en la misma calle. Después llegaban los pacos, dejaban la tendalada, algunos terminaban en la posta con la cabeza rota, otros arrancando del apaleo, las bombas lacrimógenas y el guanaco.

Todo eso empezaba a molestarle enormemente, tanto que había dejado de leer el diario que le llegaba regularmente, regalo de sus hijos la navidad pasada, también la radio y la TV ya no formaban parte de su tiempo libre. Optó por quedarse con sus plantas, sus libros y sus discos de música clásica que giraban sin parar en el tocadiscos. Aún así, los últimos días transcurrían de una manera inquietante, había una tensión en la ciudad de la cual no podía sustraerse. Cuando esto sucedía, cerraba las puertas y se refugiaba en el interior de la vivienda. Al anochecer el barullo pasaba y volvía de nuevo la calma.

El día anterior había sido excepcional, agotador con tanto grito, las marchas, los carabineros corriendo de arriba abajo. Pero hoy estaba insoportable. El sol porfiaba por aparecer entre las nubes y algo especial flotaba en el ambiente, ni siquiera los pájaros habían venido a tomar agua en el abrevadero que les había construido, echó de menos sobre todo el zorzal gordo y melindroso, su regalón, que tragaba glotonamente las migas de pan y los restos de comida que reservaba para él. Tampoco apareció esa mañana. ¿Donde estaría el condenado a esa hora?, seguro buscando hembra en otro jardín, ingrato, quizás también se cambió de barrio pensaba el hombre.

A media mañana un ruido extraño despertó su primer sueño, sintió una vibración sorda como de un temblor, miró hacia a abajo y vio una fila de tanques, le pareció extraño, faltaba todavía para la parada, a lo mejor era la preparatoria, pero también escuchaba tiros de fusil que salían del vecindario. De pronto, algunas balas pasaron silbando sobre su cabeza y reventaron sobre los muros, tipos con armas en las azoteas vecinas respondían al fuego cruzado. Se preguntó si acaso el mundo se había vuelto loco, de lo agitado que estaba olvidó la cacerola sobre el fuego, de pronto su casita empezó a temblar en medio de un fuerte ruido que se ampliaba cada vez más, miró hacia el cielo y divisó aviones de guerra pasaban a baja altura. Explosiones cercanas remecieron el edificio, el barrio entero se cubrió de polvo, el diario que hacía poco, sobre su falda, calentaba sus piernas se esparció amplio en la terraza, solo atinó a cubrirse la cabeza mientras buscaba donde ocultarse. Pensó que finalmente no había sido una buena idea, quedarse a vivir aquí en el octavo piso de la Avenida Bulnes, demasiado central, a cuadra y media de La Moneda. El diario que se abría en el suelo marcaba la fecha, 11 de septiembre 1973.

RONNIE RAMÍREZ GARCÍA

Santiago, 1944. Hizo estudios de Economía en la Universidad de Chile. Profesor de la Universidad Técnica del Estado y, después, ejecutivo en CODELCO Salvador durante la Unidad Popular. En 1975 debió exiliarse en Bélgica, donde permanece durante 14 años. Regresa a Chile en 1989 y ejerce su profesión de Ingeniero Comercial en el área privada y, posteriormente, en el Ministerio de Salud. Participa en diversos Talleres Literarios, entre ellos el de Saúl Sckolnik (1990), Gonzalo Contreras en 1999, Juan Radrigán el 2001, Lilian Elphick y Floridor Pérez. En la actualidad, en el Taller de Poesía de Alejandra Basualto.

Durante su estadía en Europa publica poemas en diversas revistas e, igualmente de manera artesanal, el libro de Poesía “Poemas de Amberes”. Sus cuentos ya han aparecido en dos antologías.
En la actualidad escribe poesía y prosa.

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