Cuento de Ronnie Ramírez
Octavo piso, Av. Bulnes
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El tiempo estaba nublado, pero hacía un poco de
calor. Miró sus plantas del jardín y decidió regarlas. Con la manguera y en
unos diez minutos bien reposados podía regar todas. Siempre, esto le producía
mucho placer, sobre todo en la tarde cuando reinaba la mayor tranquilidad, se
echaba en su hamaca y tenía una vista espléndida de la cordillera.
No recordaba bien las circunstancias
como poco a poco, se fue instalando, quedándose y haciendo de este cuadrilátero
de cemento, esas pocas piezas, su casa, sin embargo, era suficiente para él,
viudo, jubilado con hijos que venían a verlo cada vez menos, agobiados por sus
familias y sus trabajos. Con su pensión de administrativo, empleado público,
vivía sin grandes sobresaltos. No vamos a decir que llevaba la gran vida, pero
como siempre había sido ahorrativo, frugal, casi espartano en sus costumbres,
su modesta pensión le alcanzaba perfectamente.
Además, su gran pasión la constituía esa huerta enana que mantenía en el patio
trasero, en macetas. Con esa poca tierra hacía
maravillas, lograba cosechar tomates, ajíes, albahaca, lechugas y hasta zapallo
tenía, enredándose este último en el parrón que protegía su hamaca del sol y
las inclemencias del tiempo.
Por eso sus compras eran mínimas, aún
así, los últimos meses la cosa se había puesto difícil. La mercadería y los
alimentos escaseaban, conseguir leche, aceite, hasta pan no era fácil. El
negocio de la calle Alonso Ovalle aun lo proveía de lo esencial, pero el
patrón, viejo conocido, le había advertido que
tendría que ir a otra parte, cada día tenía
menos que vender. Viejo pillo, pensó el hombre, sabía que el interior estaba
abarrotado de mercancías que sacaba con cuentagotas y frente a su negocio todas
las mañanas, crecía una fila interminable. La gente se disputaba cada vez más,
en la cola, en la micro incluso se iban a las manos, unos y otros gritándose en
cada vereda o en la misma calle. Después llegaban los pacos, dejaban la
tendalada, algunos terminaban en la posta con la cabeza rota, otros arrancando
del apaleo, las bombas lacrimógenas y el guanaco.
Todo eso empezaba a molestarle
enormemente, tanto que había dejado de leer el diario que le llegaba
regularmente, regalo de sus hijos la navidad pasada, también la radio y la TV
ya no formaban parte de su tiempo libre. Optó por quedarse con sus plantas, sus
libros y sus discos de música clásica que giraban sin parar en el tocadiscos.
Aún así, los últimos días transcurrían de una manera inquietante, había una
tensión en la ciudad de la cual no podía sustraerse. Cuando esto sucedía,
cerraba las puertas y se refugiaba en el interior de la vivienda. Al anochecer
el barullo pasaba y volvía de nuevo la calma.
El día anterior había sido excepcional, agotador con tanto grito, las marchas,
los carabineros corriendo de arriba abajo. Pero hoy estaba insoportable. El sol
porfiaba por aparecer entre las nubes y algo especial flotaba en el ambiente,
ni siquiera los pájaros habían venido a tomar agua en el abrevadero que les
había construido, echó de menos sobre todo el zorzal gordo y melindroso, su regalón,
que tragaba glotonamente las migas de pan y los restos de comida que reservaba
para él. Tampoco apareció esa mañana. ¿Donde estaría el condenado a esa hora?,
seguro buscando hembra en otro jardín, ingrato, quizás también se cambió de
barrio pensaba el hombre.
A media mañana un ruido extraño despertó
su primer sueño, sintió una vibración sorda como de un temblor, miró hacia a
abajo y vio una fila de tanques, le pareció extraño, faltaba todavía para la
parada, a lo mejor era la preparatoria, pero también escuchaba tiros de fusil
que salían del vecindario. De pronto, algunas balas pasaron silbando sobre su
cabeza y reventaron sobre los muros, tipos con armas en las azoteas vecinas
respondían al fuego cruzado. Se preguntó si acaso el
mundo se había vuelto loco, de lo agitado que estaba olvidó la cacerola sobre
el fuego, de pronto su casita empezó a temblar en medio de un fuerte ruido que
se ampliaba cada vez más, miró hacia el cielo y divisó aviones de guerra
pasaban a baja altura. Explosiones cercanas remecieron el edificio, el barrio
entero se cubrió de polvo, el diario que hacía poco, sobre su falda, calentaba
sus piernas se esparció amplio en la terraza, solo atinó a cubrirse la cabeza
mientras buscaba donde ocultarse. Pensó que finalmente no había sido una buena
idea, quedarse a vivir aquí en el octavo piso de la Avenida Bulnes, demasiado
central, a cuadra y media de La Moneda. El diario que se abría en el suelo
marcaba la fecha, 11 de septiembre 1973.
RONNIE RAMÍREZ
GARCÍA
Santiago, 1944. Hizo estudios de Economía en la Universidad
de Chile. Profesor de la Universidad Técnica del Estado y, después, ejecutivo
en CODELCO Salvador durante la Unidad Popular. En 1975 debió exiliarse en
Bélgica, donde permanece durante 14 años. Regresa a Chile en 1989 y ejerce su
profesión de Ingeniero Comercial en el área privada y, posteriormente, en el
Ministerio de Salud. Participa en diversos Talleres Literarios, entre ellos el
de Saúl Sckolnik (1990), Gonzalo Contreras en 1999, Juan Radrigán el 2001,
Lilian Elphick y Floridor Pérez. En la actualidad, en el Taller de Poesía de
Alejandra Basualto.
Durante su estadía en Europa publica poemas en diversas
revistas e, igualmente de manera artesanal, el libro de Poesía “Poemas de
Amberes”. Sus cuentos ya han aparecido en dos antologías.
En la actualidad escribe poesía y prosa.
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